miércoles, 25 de noviembre de 2009

Sobre la obra



Bacantes es una tragedia paradigmática en todos los sentidos, una tragedia formalmente irreprochable, un drama de una tensión trágica constante, sin concesiones melodramáticas ni novelescas. Esta obra del más joven de los tres grandes tragediógrafos atenienses es el único drama dionisiaco que ha llegado hasta nosotros. Tratando el tema directamente relacionado con Dioniso, el dios de la máscara y el teatro, más de un comentarista ha querido ver en esta tragedia, arcaizante y de tema tradicional, el prototipo de tragedia griega como representación religiosa. Pero Bacantes nos es una tragedia primeriza, es una de las últimas tragedias; es una pieza de despedida del más innovador y escandaloso de los dramaturgos de Atenas. No deja de ser paradójico, entonces, que sea Eurípides, el supuesto critico de los mitos tradicionales quien nos haya ofrecido la imagen mas acabada de un drama dionisiaco, en el sentido más nietzchiano del término. Y no menos paradójico que para rastrear los orígenes rituales de la tragedia algunos filólogos quieran precisamente recurrir a esta pieza, de los finales del género trágico, a más de un siglo de su creación.
¿Cuál es la significación mas profunda de este drama aparentemente arcaico y religioso? ¿Qué quería decir el viejo poeta, “el racionalista” o “el irracionalista” Eurípides con esta obra de despedida?
En Bacantes Eurípides ha regresado a una tragedia de estructura tradicional, con algunos rasgos antiguos, que en su construcción y su tonalidad recuerda la manera de Esquilo. Pero el arcaísmo fundamental reside en dos puntos: en la utilización del Coro como elemento esencial en la acción dramática y en la elección del tema: una teomaquia de Dioniso. En contraste con otras tragedias tardías, en las que los canto corales resultan comentarios marginales, en las Bacantes tenemos cinco cantos corales, dispuestos de acuerdo con las normas más ortodoxas del drama. El coro es quien da nombre a la tragedia y sus intervenciones marcan siempre la nota de fondo de la acción. El Coro es el primer ámbito de resonancia emotiva de la peripecia escénica, situado entre los grandes héroes a los que afecta la catástrofe, y los espectadores afectados por la catarsis trágica de la compasión y el terror.
El tema tratado por Eurípides tiene una larga tradición en la dramaturgia ateniense. Ya a Tespis, el fundador de la tragedia se le atribuye un Penteo. Esquilo dedico una trilogía ligada a la leyenda tebana sobre el nacimiento y la victoria de Dioniso sobre la resistencia a su culto. Otros autores de tragedias retomaron estos motivos míticos. En su núcleo argumental la leyenda dionisiaca narra un mismo hecho, que se repite en la Tebas de Cadmo, en la tracia de licurgo, en el Orcómenos de Atamante, en Tirinto y en Argos con las hijas de Preto. Una familia real se niega a aceptar la divinidad de Dioniso y se opone al culto báquico; el dios la castiga enloqueciendo a las mujeres y destrozando a los descendientes masculinos de la familia que son descuartizados por sus madres delirantes. Tal como este núcleo argumental se presenta en el caso de Penteo, puede advertirse en su desarrollo la continuidad de algunos elementos muy antiguos con paralelos en otros cultos mistéricos. Eurípides pudo haber observado en macedonia, a donde se había retirado al final de su vida, el fervor de los cultos órficos y dionisíacos de la región, así como dejarse influir por la grandiosidad de la naturaleza agreste de sus paisajes. Por otro lado, en esos mismo años desastrosos para Atenas, la ciudad se veía invadida por nuevos cultos de origen oriental. Pero esta última tragedia del dramaturgo tan influido por las lecciones y criticas de los sofistas no es una tardía conversión, sino la expresión de un anhelo de larga data: el reconocimiento de la incapacidad del hombre para enfrentarse con su limitada razón a lo divino, que de muchas formas puede manifestarse, y que en el dionisismo lo hace por medio del entusiasmo, las danzas y el abandonarse a los placeres de la libertad en la naturaleza.
Hay en la obra una afirmación clara: la de la grandeza de Dioniso. Es una divinidad que depara gozos entusiastas a sus fieles, uno de los dioses benefactores de la humanidad indigente. No menos clara es la manifestación de la crueldad con que el dios puede revelarse a quienes lo niegan. Esta ambigüedad es un aspecto fundamental de la tragedia. Aquí se nos plantea un enfrentamiento de valores. El conflicto trágico revela que tanto unos como otros poseen una innegable validez vital y social. La razón no esta por entero en ninguno de los dos bandos enfrentados en la querella trágica, sino en la superación o conciliación de los opuestos que resulta dramáticamente imposible. Dioniso es el dios ambiguo por excelencia, el del entusiasmo y la embriaguez vital, y, al mismo tiempo, el demonio del aniquilamiento y la locura.
Tanto Penteo como las Bacantes invocan en su favor la justicia y la tradición religiosa, uno y otras, defienden su ley, su nómos, y buscan, a su manera, la sabiduría, la sophía. Pero sus concepciones difieren. El enfrentamiento entre los valores defendidos por ambos bandos pone en duda cualquier concepción limitada de la vida en sociedad. En el enfrentamiento entre las normas de la vida en la ciudad (donde las mujeres están sometidas al enclaustramiento hogareño junto al telar y la cuna de los niños) y la huida al monte para danzar en fiesta y en libertad; en el contraste entre la autosuficiencia de lo griego frente al evangelio bárbaro de las ménades asiáticas y su escandaloso profeta, en la oposición entre la autoridad masculina del tirano y el desvergonzado afán femenino de liberación; en el enfrentamiento entre la unión familiar y la agrupación religiosa; entre la aceptación formalista de una religión apolínea y política y el frenético entusiasmo de las adoradoras de Dioniso, estalla el conflicto que acentúa la intransigencia de Penteo. Es Penteo el defensor de los valores tradicionales desde el punto de vista de la moral griega, a pesar de que la excesiva soberbia de su posición le haga incurrir en Hybris.
Una imagen domina la construcción dramática de la Bacantes: la de la caza. Mediante una inversión perfecta del símil, lo que, al comienzo, nos presentaba Penteo como una cacería de las mujeres fugadas de sus hogares va a convertirse en la persecución en que él mismo, presa en la red de caza que le dios le ha preparado como mortífera celada, caerá para ser descuartizado. Penteo es el cazador cazado por las presas que perseguía.
También las bacantes presentan un aspecto ambiguo. Provocadas por el ataque de los pastores o el acoso de Penteo estas pacificas celebrantes de la bacanal, actúan con una violencia increíble, destrozando lo que encuentran a su paso. Eurípides no encubre el bárbaro carácter de este culto orgiástico. Penteo defensor de la moralidad tradicional, tiene motivos para escandalizarse. Pero Dioniso y su culto no están en la esfera de lo moral, sino más allá de la moralidad establecida. Así como lo demostró Nietzsche, lo dionisíaco como categoría espiritual representa uno de los extremos en su oposición a la moderación apolínea. La tensión entre lo dionisíaco y lo apolíneo, embriaguez y serenidad, entusiasmo y autolimitación, vivifican el genero trágico. Este proceso dialéctico entre ambos principios encuentra en Bacantes su expresión paradigmática.

No hay comentarios:

Publicar un comentario